El corazón en las tinieblas
La pandemia estuvo a punto de acabar con el ritual de ver el cine en los teatros. La posibilidad de acceder a casi todas las películas desde la comodidad de nuestras casas –y los costos de las entradas y de lo que se consume– ha hecho que el regreso, para muchos, haya sido lento e indeciso. Casi sin que lo notáramos, las razones para ir al cine cambiaron. De repente descubrimos que lo que por mucho tiempo habíamos estado haciendo era ver televisión en pantallas gigantes. Ahora solo un verdadero espectáculo visual, un banquete de séptimo arte, justifica regresar a la caverna.
El sábado pasado, Latour me propuso que fuéramos al cine y yo acepté la propuesta con entusiasmo. Miré las opciones que ofrecía el complejo de salas más cercano y, al principio, la oferta no se veía muy promisoria: películas para niños, películas de terror, películas de superhéroes, comedias que no se veían muy divertidas. La causa parecía perdida hasta que decidí considerar las ofertas para aquellos que, viviendo en el país del sueño, no se resignan a perder la riquezas de sus culturas de origen. Así fue como dimos con “Ponniyin Selvan”.
A veces se nos olvida que buscamos el cine y la literatura porque son encarnaciones del viejo arte de contar historias. Olvidamos, también, que todo arte que de verdad vale la pena es alegórico: que todos somos soberanos en peligro, que la vida es un viaje, que el mal es una realidad, que cada uno vence monstruos y enemigos que amenazan con robarnos nuestra dignidad y nuestras vidas.
La película tamil fue dirigida por Mani Ratnam (quien tardó cuarenta años en materializar su proyecto) y está inspirada en un relato de dos mil quinientas páginas de Kalki Krishnamurthy, publicado hace setenta años de manera seriada. La historia es una de las favoritas de los tamiles. Está basada en hechos historicos ocurridos hace mil años en el sur de la India y en Sri Lanka. La noticia de que por fin fue llevada al cine hizo que personas que nunca habían ido a un teatro, incluso los más ancianos, consideraran que esta vez había que ver lo que habían hecho con la épica de los Cholas y su reino amenazado.
El resultado no decepciona. Hay escenas de combates que invitan a recordar a Kurosawa. Hay música y coreografías donde las cámaras también danzan. Hay un uso delicioso de las nuevas tecnologías para dar vida a criaturas y episodios desmesurados. Hay una amorosa representación de los animales. Hay gusto exquisito en escenarios, trajes y accesorios. Hay, también, intrigas y sutilezas psicológicas, personajes complejos y fascinantes: Vanthiyathevan, el ingenioso guerrero que da unidad al relato, y la princesa Kundavai, tan inteligente como bella, son mis personajes favoritos. Todos los ingredientes del sueño vivo que debe ser el buen cine es posible encontrarlos en esta película que, sin ser perfecta, ha hecho que palpite nuevamente el corazón en las tinieblas.
Solo hay un motivo de queja. Que la película que vimos es la primera de dos partes y que la espera hasta el 2023, cuando salga la segunda parte, amenaza con volvérsenos eterna.