Wenceslaos
Hace unos días miraba distraído la final del fútbol colombiano cuando ocurrió algo que me llenó de recuerdos y de preguntas. Era el primero de dos partidos entre Santa Fe y Medellín y, al comenzar el segundo tiempo, el equipo bogotano hizo un cambio. He olvidado el nombre del jugador que salió, pero me resulta imposible olvidar el del que entró a la cancha. Se llamaba… Bueno, se llama y espero que siga haciéndolo por mucho tiempo: John Wenceslao Melendez.
Si el comentaristas no hubiera dicho los dos nombres del jugador, el asunto habría pasado inadvertido. Pero el nombre Wenceslao ocupa un sitio de privilegio en mi historia personal. Durante cerca de doce años publiqué en Cartagena —primero en El Universal y después en el periódico virtual Cartagena en línea— una columna semanal de opinión que firmaba con el seudónimo de Wencesla Triana y que, en lugar de mi foto, estaba acompañada por el dibujo de un anciano de gesto pensativo.
Puedo decir, sin faltar a la verdad, que Wenceslao Triana llegó a ser una celebridad en Cartagena. Cada vez que El Universal hacía su encuesta de los columnistas más leídos, Wenceslao estaba entre los primeros. Al buzón del periódico no dejaban de llegar cartas de admiradores que agradecían la frescura que “el vejete” les daba a las usualmente solemnes páginas de opinión. Mucha gente quiso invitarlo a reuniones o eventos culturales, pero los pocos que conocían y guardaban el secreto de la verdadera identidad respondían que Wenceslao era un hombre de muy avanzada edad y que no solía acudir a eventos sociales.
Para un introvertido empecinado como yo, siempre fue un alivio que Wenceslao se robara la atención. Años después, cuando empecé a escribir columnas de opinión con mi propio nombre, me sentí como un novato. No me sirvieron para nada la experiencia ni la manera de ver el mundo de mi heterónimo. En ocasiones mantuve la identidad fingida y sostuve correspondencia con sus lectores. Pero sentía que Wenceslao tenía vida propia y que no eran míos ni sus escritos ni la admiración que recibía. Solo un par de veces —después de muchos cruces de cartas— me quité la máscara con unas damas que parecían listas para el descubrimiento. Lo ocurrido —como dice el dicho— pertenece a la reserva del sumario.
Quizá fuera el hecho de que estoy enganchado con una serie de detectives lo que me llevó a no descartar el nombre del futbolista como una simple y curiosa coincidencia. El nombre de Wenceslao es demasiado singular, y está tan en desuso, que de inmediato me despertó una sospecha que hasta ahora no he podido confirmar. Una rápida pesquisa en las redes me reveló que John Wenceslao Melendez nació en Cartagena, en enero de 2002. Para entonces, Wenceslao Triana era ampliamente conocido en Cartagena.
Como buen detective, he podido pensar en otras razones para que a ese bebé que nació casi con el siglo le hubieran puesto ese nombre. El ilustre y muy recordado presidente cartagenero Rafael Núñez tenía un Wenceslao oculto entre el primer nombre y el apellido. Es posible que el chiquillo que ahora intenta consolidarse en la defensa del Santa Fe haya tenido un abuelo con ese nombre. Pero, incluso si alguna de estas hipótesis fuera cierta, no habría que ignorar que el resurgir del nombre en aquel tiempo se debía en buena parte a un ingenioso y misterioso colaborador de El Universal.
Por lo pronto, no puedo corroborar la sospecha de que el columnista de los miércoles haya inspirado a los padres del jugador a hacerle un homenaje en la pila bautismal (quizá mis amigos de Cartagena puedan ayudarme a encontrar respuestas). Pero no me sorprendería que así fuera. Con los años he aprendido que las satisfacciones más hermosas que da el ejercicio de la literatura suelen ser sorprendentes y discretas.