Cerca de donde vivo hay un pueblito que parece soñado. Su nombre es Hobart, tiene poco más de cuatrocientos habitantes y se le conoce como “La villa de los libros”, pues cuenta con ocho librerías repletas de tesoros. Cada vez que siento la necesidad de hacer descubrimientos, le digo a Latour que vayamos a Hobart y nunca regreso decepcionado. Siempre descubro autores maravillosos de los que no tenía noticia, siempre encuentro ediciones valiosísimas a precios moderados, casi siempre me encuentro algún tesoro entre las páginas.
Hace un año, en la librería de los ancianos adorables que tienen los tesoros más valiosos, encontré entre las páginas de un libro sobre yoga un poema mecanografiado. No hay que ser un experto para entender que un poema escrito a máquina puede tener más de treinta años y que puede ser la obra de un autor original o de un lector entusiasta. El hecho de que al pie del texto apareciera una firma me hizo pensar que, en efecto, se trataba de un poema original. Aquella vez lo leí rápidamente y decidí prestarle mejor atención cuando regresáramos a casa.
Debo admitir que la abundancia con que la vida me ha obsequiado me ha vuelto un poco descuidado y a veces pasan meses o años antes de que aprecie los tesoros que han llegado a mis manos. Me propongo empezar a enmendar esa negligencia con mi versión en español de este poema perdido y encontrado.
He usado los tremendos recursos que hoy tenemos en la red para tratar de averiguar alguna cosa sobre el poema, pero puedo decir que esos versos hasta ahora se habían escapado a esa mirada omnipresente. Nadie, hasta que decidí buscarlo, había puesto a navegar ese conjunto de palabras en el océano inmenso de la información virtual.
En cuanto a su autor, la firma es poco legible. He barajado alternativas, pero ninguna me ha dado noticias de este poeta místico que en veinte versos consiguió condensar las luces y las sombras que nos habitan y enceguecen.
Luz y sombra
Vierte su luz el sol y su tibieza Sobre las altas copas de los árboles, Pero en la densa foresta solo cae La más profunda sombra
Y en la ausencia de esa luz Que los árboles retienen, El virus crece, y el moho y el parásito Que de los árboles provocan la caída!
Así la luz de Dios brilla en nosotros, Que proyectamos nuestras propias sombras, Y bajo la cortina protectora El Príncipe de las Tinieblas se aventura
Con sigilo dispone viles trampas, Inadvertido en la penumbra! Así se nos sorprende de improviso Y tropezamos hacia la condenación!
Oh, que Su luz habite en nuestro suelo Y que en lugar de sombras proyectar Queramos disipar la oscuridad, Para por fin Su gloria contemplar!
Me encantó y a la vez me sorprendió porque a medida que lo iba leyendo recordaba que anoche coincidencialmente leí de la biblia el capítulo 1 que entre muchas cosas, hace alusión a la creación de la luz y la oscuridad. Este hermoso verso trata precisamente de todo lo que Dios puso a nuestra disposición para su honra y gloria.