La más real e irreal de todas las ocurrencias
John Donne (1572-1631)
Este semestre estoy enseñando un curso de géneros de no ficción y, una vez más, he comprobado que el profesor —por muy veterano que se sienta—siempre entra al salón de clase para seguir con su aprendizaje.
El lunes pasado invité a los estudiantes a explorar los territorios de la brevedad.
La crudeza de las Máximas de La Rochefoucauld no los sorprendió demasiado. Por la naturalidad con que las recibían, tuve la sensación de que esta generación que ya nada tiene que ver con el milenio pasado se ha familiarizado desde temprano con las oscuridades del alma.
Los escolios de Nicolás Gómez Dávila les resultaron un poco más crípticos, pero tardaron poco en descubrir la perspectiva católica y los gruñidos del que se aleja de la manada.
Todos contribuyeron con entusiasmo a la elaboración de una breve antología de refranes populares, algunos de ellos —como el de la hierba más verde del vecino— con versiones similares en inglés y en español.
Al final, les pedí que pensaran y escribieran para la siguiente clase un aforismo de su autoría.
Los resultados fueron variados: así como no faltó quien no entendió la tarea, también aparecieron obras maestras.
Hubo una versión lacónica y menos gráfica de “Lo que no mata engorda”. Hubo defensas del amor, la gratitud y la confianza: “Quien envidia no se ama”, “Una vida sin gratitud es una vida sin felicidad”, “Los que confían son a menudo más decididos”. Hubo reflexiones sobre el éxito: “Ser exitoso en la vida incluye muchos fracasos”. Hubo sutiles observaciones psicológicas: “Aunque el cuerpo sigue siendo igual, el alma que extrañas ya se murió”.
Pero, en mi opinión, el más intrigante de todos fue el escrito por una chica llamada Shannon Dunne: “La experiencia de vida más real e irreal ocurre con la ocurrencia de la muerte”.
Como me he pasado la vida tratando de entender la naturaleza y los alcances de las paradojas, no pude dejar de apreciar la calidad de esta contradicción repleta de verdades profundas.
La riqueza de esa frontera entre lenguas que es el engliñol contribuye a la belleza de la frase: que la muerte sea una ocurrencia creo que no se le había ocurrido a nadie.
No cometeré el atrevimiento de querer explicar de qué manera el último momento de la vida sea la manifestación suprema de cosas tan opuestas. Dejo ese asunto para que los lectores lo saboreen y mediten como yo mismo no he dejado de hacerlo.
Le pregunté a Shannon si creía tener algún parentesco con el poeta metafísico John Donne, y dijo no tener idea de quién era. Cuando le expliqué que era inglés rechazó enfática cualquier vínculo con él, porque sus ancestros —quiso dejarlo muy claro— son irlandeses. A mí me quedan mis dudas, pero ese será otro enigma que no voy a resolver por muy lejos que se encuentre para mí la más real e irreal de todas las ocurrencias.