A propósito de "Blonde"
A propósito de “Blonde”, la película inspirada en la novela de Joyce Carol Oates, reproduzco un perfil de la prolífica escritora estadounidense. El encuentro tuvo lugar a principios de 2002. El texto fue publicado por Confabulario, el suplemento cultural del diario El Universal de México, el 6 de junio de 2020.
“No olvides que estás escribiendo para los tuyos”
La vida está llena de distracciones, de asuntos pendientes, de cosas que caen en el olvido o que se arman de paciencia y se resisten a perderse. He olvidado la fecha. Aquello debió ocurrir a principios de 2002. Recuerdo el frío, lo grises y difíciles que eran aquellos tiempos. Yo era un estudiante de doctorado y Joyce Carol Oates vino a la Universidad de Rutgers a ofrecer una lectura pública. Allí estuve, grabadora en mano, en primera fila. También tenía en la mano un ejemplar de su libro On Boxing (Sobre el boxeo); sabía que era su libro “más autobiográfico”.
La cosa no dejaba de ser irónica. Joyce Carol Oates era tan delgada que parecía a punto de levitar. Su rostro descarnado y sus ojos salidos eran como de personaje de ficción gótica: como si fuera al mismo tiempo la aparición y su testigo. Aparentaba una tremenda fragilidad y sería difícil pensar que su vida estuviera reflejada en un libro sobre boxeo, a menos que se recordara su tremenda fuerza creativa. Nadie ha escrito tanto como ella, con tanta libertad y atrevimiento, y con una calidad tan sostenida. Ha explorado territorios donde ningún hombre se aventuraría.
Joyce Carol Oates nació en Lockport (New York) en 1938. Su primer libro apareció en 1962 y, desde entonces, ha publicado más de cuarenta novelas, además de colecciones de cuentos, poemas, ensayos y obras de teatro. Hace mucho que el total de sus libros rebasó el centenar. La lista de sus distinciones es interminable y ha estado nominada al Premio Nobel por más de veinticinco años. Es heredera de Charlotte y Emily Brontë, de Dostoievsky, Kafka y Thomas Mann, de Faulkner, Hemingway y Flannery O’Connor. Entre sus obras más conocidas están Black Water (1992), We Were the Mulvaneys (1996) y Blonde (2000), sobre Marilyn Monroe, que es su favorito. Desde 1978 enseña escritura creativa en la Universidad de Princeton.
“Leer en público es una retribución”, su voz era un susurro. “Como muchos escritores pasan mucho tiempo a solas escribiendo, es bueno recordar y descubrir que hay afuera un mundo fascinante, con gente interesante”.
Se dispuso a leer cuatro poemas, tres viejos y uno nuevo, y un cuento que acababa de escribir.
“A medida que nos hacemos viejos podemos ver en perspectiva la evolución de la escritura. A los 15, a los 25, a los 35… No es solo nuestro cambio como individuos. También los mismos poemas han sufrido una transformación. Es como un proceso a la vez mágico y neurológico”.
Contó que cada día empieza a trabajar recordando un breve texto suyo, “La fe del escritor”, que es como una oración:
“Creo que el arte es la expresión más elevada del espíritu humano. Creo que anhelamos trascender más allá de lo que es efímero y limitado, para volvernos partícipes de algo misterioso y comunal llamado “cultura” –y que este anhelo es tan fuerte en nuestra especie como el anhelo de reproducir la especie. A través de lo local y regional, a través de nuestras propias voces, trabajamos para crear arte que les hablará a otros que no saben nada de nosotros. La voz individual es la voz comunal. La voz regional es la voz universal”.
“Enseño escritura en Princeton y trato de alentar a mis estudiantes –aunque puede sonar a lugar común– para que encuentren su propia voz, para que busquen la manera de contar una historia que solo cada uno de ellos puede contar, porque cada uno es la única persona que ha tenido esa experiencia particular”.
El primer poema que leyó lo definió como “una especie de anti-poema”.
“Tiene una cierta voz masculina. Su título es el signo de dólar ($) y es una frase única y larga, que no creo que tenga el aire suficiente para leerla, con la voz arrogante de este tipo que cree saberlo y merecerlo todo”.
El tema del poema es el dinero y la larguísima frase repite varias veces que “si lo tienes (el dinero) no piensas en él”, como “tampoco pensarías en la Muerte”.
“Supongo que me ha salido un poema a lo Trump”, hubo risas en el auditorio. Ya para entonces Trump empezaba a jugar con la idea de ser presidente. “No me lo imagino disgustado con esto. No lee. No necesita leer poesía”.
“El segundo de mis poemas viejos ahora tiene un sentido que me impresiona mucho, después de lo ocurrido el 11 de septiembre. Lo escribí en una época en que viajaba en avión con mucha frecuencia. Llegué a tomar nueve aviones en diez días. Y este poema, por razones obvias, lo escribí mientras estaba en el cielo. Es fuerte, pero ahora tiene un significado más horrible que antes de los ataques. Antes tenía humor negro, pero ahora no estoy segura de que tenga humor”.
El poema se titulaba “Soy Krishna, destructor de mundos” (“I’m Krishna, Destroyer of Worlds”) y ofrecía una mirada apocalíptica en medio de las nubes. Su tono ahora era profético.
El tercer poema que leyó lo escribió en 1986.
“Se titula “Undefeated Heavyweight, 20 years old” (“Peso pesado invicto, 20 años de edad”) y estoy segura de que entre ustedes alguien sabe de quién hablo”.
Sonreí. Comprobé que el libro sobre boxeo estuviera en un lugar seguro de mi abrigo.
“Cuando escribí este poema había sido comisionada por la revista Life para entrevistar a Mike Tyson. Nunca había entrevistado a nadie antes. Mucho menos había hecho el cubrimiento de una pelea de boxeo. Estaba en Las Vegas y no podía decirle que no a una propuesta como esa. Cuando me preguntaron si podría hacerlo respondí con voz quebrada: ‘Supongo que tengo que hacerlo’.
“Así que conocí a Mike Tyson. Era muy joven, en ese momento era el campeón mundial de peso pesado y estaba invicto. Tampoco él había dado muchas entrevistas. Yo era muy tímida. Él era muy tímido. Era un buen chico. Yo le hice preguntas ingenuas sobre un deporte tan peligroso como el boxeo y él me respondió cosas sinceras. Cuando me dijo: ‘No puedo ser lastimado’, estaba convencido de lo que decía, era una apreciación realista que, sin embargo, me pareció dolorosa.
“Así escribí este poema sobre la historia, sobre el tiempo, sobre la mortalidad y la bioquímica del cerebro. Estaba muy impresionada por el fenómeno del joven atleta, en especial el joven boxeador, que piensa que es inmortal, que no será lastimado ni noqueado. El resto de nosotros sentimos nuestra mortalidad con mucha intensidad, en especial los escritores. Pero el joven atleta siente de veras que no va a morir, que no recibirá una derrota humillante. Mi padre me llevaba a ver peleas de boxeo cuando era niña. Siempre me pareció maravillosa la imagen de los boxeadores cubiertos de sangre, en cierto modo es algo muy hermoso. Al volver a este poema –con todo lo que ha ocurrido después con Mike Tyson– es imposible no pensar en lo que ha cambiado”.
El último poema lo había escrito dos semanas atrás y nunca antes lo había leído en público. La ocasión para escribirlo fue una visita a Princeton del poeta Billy Collins. “Ahora es muy conocido, es el Poeta Laureado, y yo no había tenido la oportunidad de conocerlo. Collins lleva treinta años enseñando literatura inglesa en una universidad y tiene el aspecto amable y gastado de quienes han pasado tanto tiempo dedicados a enseñar. Collins dijo que después de muchos años había encontrado su voz y eso me pareció muy interesante. Este hombre que enseñó por muchos años, al que casi no le publicaban y, cuando lo publicaban, casi no se notaba, de repente encuentra su voz propia y ahora es un bestseller. Es un asunto de suerte. Lo habitual para los escritores es el fracaso. Tener suerte es una excepción. Por eso escribí este poema, “Barrilete”. Pensando en los que no consiguen volar. Siempre celebramos al barrilete en lo alto, pero nos olvidamos del que fracasa, del que se queda en el suelo”.
Luego leyó un cuento reciente: “The Girl with the Blackened Eye” (La chica con el ojo morado), la historia de una chica que fue raptada y violada y se vio condenada a cargar con esa marca por el resto de su vida. Lo leyó emocionada. Al final aclaró:
“Cuando eres escritor muchas emociones van, de manera muy íntima, a lo que escribes. Luego, cuando lees tu trabajo un mes después, la sensación es irreal, porque algunas de las emociones todavía están ahí.
“Me sorprende la magnitud del problema del abuso sexual. Siempre pensé que eran hechos aislados, aquí y allá. Pero leyendo los periódicos me doy cuenta de que es un problema más grave, es un patrón que se repite, y que incluye el encubrimiento”.
Al final respondió las preguntas del público. Comentó algunas de sus novelas más conocidas y habló de su oficio:
“Sigo experimentando con la forma. Todos tenemos historias para contar. Algunas de las experiencias de sus familias darían para escribir historias extraordinarias. El reto es encontrar la forma, el lenguaje que las haga originales”.
Cuando una joven le pidió consejo para los que aspiran a escribir, le aconsejó leer con inteligencia. “Si eres poeta, busca buenos poetas, autores que todavía no están en el canon. La poesía contemporánea es maravillosa. Hay mucha variedad, muchas cosas en desarrollo. Si fuera una joven poeta leería, también iría a lectura de poesía. Igual para los que quieren escribir prosa”.
“No olvides que estás escribiendo para los tuyos, para gente un poco más joven o un poco mayor que tú. No estás escribiendo para las generaciones que leyeron a Virginia Woolf o a Joyce, esos ya no están. Estás escribiendo para un mundo nuevo, para un siglo nuevo. Así que tienes que ajustar tu lenguaje y tu visión hacia nuevos temas, para las nuevas generaciones, hacia temas sobre los que las viejas generaciones no habían pensado escribir.
“Siempre les digo a mis estudiantes en Princeton que ellos son del siglo 21, como yo no puedo serlo. Dentro de veinticinco años, cuando sean escritores prominentes, habrán salido con temas e ideas nuevas. Porque la conciencia humana siempre está evolucionando”.
La fila de los autógrafos era larga, pero supe que no volvería a tener una oportunidad como esa. Afuera del auditorio me esperaba la vida cotidiana, dispuesta a no darme tregua. La grabación de aquella lectura me seguiría a todos lados por más de quince años. Cada cierto tiempo recordaba el propósito aplazado de escribir sobre aquello. Me reprochaba por no haber hablado nunca de ese encuentro.
Cuando llegué a la mesa y le entregué el libro se sorprendió. En aquel tiempo estaba de moda su libro Blonde. Nadie más le había dado a firmar su libro sobre boxeo. Levantó la mirada y trató de adivinarme, con curiosidad genuina, casi con perversidad. Notó que era distinto a quienes me rodeaban. Leyó mi piel cetrina, la mezcla de rasgos, el brillo de los ojos, las cicatrices de la cara. Pude ver que trató de imaginarme una historia. Fue hermoso y excitante sentir que me tenía entre sus garras.